domingo, 11 de marzo de 2018

El pan y la sal entre nosotras



"Los amigos son la familia que puedes elegir". Me lo escribió uno de los grandes colegas de mi vida en la dedicatoria de un libro de McInerney. La frase se atribuye a la escritora y periodista Edna Buchanan y además de servir para ponerla a font 16 sobre fondo verde esmeralda y compartirla en Pinterest, describe exactamente cómo construimos nuestras tribus desde que el mundo es mundo. Sin el abanico de amigos potentes que me da aire a diario yo no sería más que una versión empobrecida de mí misma.

Algunos amigos aparecieron casi desde el nacimiento, con ese título nobiliario que te otorga que vuestros padres fueran colegas antes que vosotros. Otros llegaron en avión, o se sentaron en el pupitre de al lado, o vinieron con cartas de recomendación y se quedaron para toda la vida. Son ellos y ellas, claro, pero no suelo ver la diferencia. Creo que la amistad no cambia en lo principal sea entre dos mujeres, dos hombres, mixta o en clan pandillero. No me parece que por ser mujer tenga que sentir un nudo indivisible y sagrado con mi amiga que no pueda reproducir con mi amigo.

El caso es que sí puedo sentir algo distinto por las mujeres que no conozco o apenas he tratado. Pasa cuando decides que si él te dejó por otra, ella no es una zorra con pintas sino que él es un traidor. Que esa chica del Zara que lleva la falda de vértigo pese a no entrar en una 38 hace requetebién. Y pasa también cuando pones el telediario y te cuentan que han vuelto a asesinar a una mujer. Me pasó esta semana cuando me desperté a las seis de la mañana del 8 de marzo en Tokio y se me saltaron las lágrimas mirando las redes sociales, viendo esa marea de mujeres en todo el país que nos dieron voz a todas.

Ese sentimiento es la sororidad y la razón por la que es distinta a la empatía universal es porque entre nosotras nos hemos negado el pan y la sal durante demasiado tiempo. Porque durante años tuve la osadía de juzgar por ejemplo a Penélope o a la vecina de abajo, porque durante demasiado tiempo reí las gracias de quien decía que en mi equipo había mucha tía y claro. Miro esas mujeres que se levantan sin armas y muchas ganas de cambiar las cosas y veo sororidad. No, no las conozco a todas, no son mis amigas y sin embargo verlas me transmite la misma dosis de endorfinas que una tarde con mi colega el del McInerney. 

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