Las recuerdo corriendo alrededor de la piscina en Cercedilla, cada una con una toalla en la cabeza a modo de capa. Era el verano de 2001, mi madre y yo les habíamos comprado en Nueva York esas toallas de las SuperNenas a mis sobrinas, que entonces tenían 7 y 4 años. También las recuerdo pegadas a la tele viendo a Pétalo, Burbuja y Cactus salvar la ciudad de Mojo Jojo, el mono con cerebro gigante.
Me gustaban esas niñas con super poderes que depuraban su técnica kung fu a la mínima. Me gustaba esa imagen de chica dulce y molona que sabe hacerse valer. A finales de los 90 no había muchos personajes femeninos que no cayeran en algún estereotipo sin pestañear. Ellas, mis sobrinas, revoloteaban alrededor de la piscina -una con la toalla de Cactus, la otra con la de Burbuja- convencidas de que podían tener un lazo inmenso en la cabeza y al mismo tiempo dar patadas laterales a cualquier enemigo del planeta. Quiero creer que se han criado pensando exactamente eso. Que pueden ser quiénes ellas quieran.
La imagen de las Supernenas y de mis supersobrinas volvió hace unos meses cuando estaba de viaje. Conocí a una ingeniera joven, americana, a primera vista estándar. Ay, esa primera vista qué traidora es. Compartíamos una de esas cenas con gente de trabajo en mesa larga y conversación trivial. Empezó a contarme que era jugona, gamer, y que había pasado horas y horas de su adolescencia metida en un videjuego. "Allí conocí a mi marido", explicó con una sonrisa. La americana estándar procedió a contarme que había creado un blog, luego un tumblr, luego un site, finalmente un movimiento, reivindicando femineidad y tecnología, un maridaje entre tu furor por un bolso con tu pasión por aprender java.
No sé si hace falta un movimiento tan específico, pero admiro a cualquiera que empuje por recordarle a las niñas que pueden ser exactamente quienes ellas quieran. Princesas, samurais, consultoras o dentistas. incluso salvadoras de la ciudad con lazo en la cabeza.
Me gustaban esas niñas con super poderes que depuraban su técnica kung fu a la mínima. Me gustaba esa imagen de chica dulce y molona que sabe hacerse valer. A finales de los 90 no había muchos personajes femeninos que no cayeran en algún estereotipo sin pestañear. Ellas, mis sobrinas, revoloteaban alrededor de la piscina -una con la toalla de Cactus, la otra con la de Burbuja- convencidas de que podían tener un lazo inmenso en la cabeza y al mismo tiempo dar patadas laterales a cualquier enemigo del planeta. Quiero creer que se han criado pensando exactamente eso. Que pueden ser quiénes ellas quieran.
La imagen de las Supernenas y de mis supersobrinas volvió hace unos meses cuando estaba de viaje. Conocí a una ingeniera joven, americana, a primera vista estándar. Ay, esa primera vista qué traidora es. Compartíamos una de esas cenas con gente de trabajo en mesa larga y conversación trivial. Empezó a contarme que era jugona, gamer, y que había pasado horas y horas de su adolescencia metida en un videjuego. "Allí conocí a mi marido", explicó con una sonrisa. La americana estándar procedió a contarme que había creado un blog, luego un tumblr, luego un site, finalmente un movimiento, reivindicando femineidad y tecnología, un maridaje entre tu furor por un bolso con tu pasión por aprender java.
No sé si hace falta un movimiento tan específico, pero admiro a cualquiera que empuje por recordarle a las niñas que pueden ser exactamente quienes ellas quieran. Princesas, samurais, consultoras o dentistas. incluso salvadoras de la ciudad con lazo en la cabeza.
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