lunes, 7 de noviembre de 2016

Lo que dice Celia

Celia Lo Que Dice (portada)
Mi hermana todavía aprieta un poco los puños cuando me recuerda con siete años, explicándole a cualquier incauto que me escuchara que "tenía la edad de la razón". A los siete años yo circulaba por casa con la nariz metida en un libro, probablemente de la serie Celia de Elena Fortún y parafraseaba en cuanto podía a esa niña de tirabuzones rubios tan improbablemente española. 

Crecí con Celia. Crecí con una niña que vivió en los años 30 entre monjas y al calor de la alta burguesía madrileña. Los libros de Celia me metían en un universo lleno de referencias que sólo mi abuela española podría conocer de primera mano. Fui con Celia al parque, conocí a su hermano Cuchifritín, me fascinó la vida social de su madre y juntas fuimos al bachillerato. Para cuando se casó yo ya estaba a otra cosa.

Pero entre su infancia de faldas almidonadas y su exilio juvenil en Argentina, a Celia le pasan muchas cosas, y a España también. No fue hasta 1987, 35 años después de la muerte de su autora, que se publicó el volumen de los años perdidos de Celia. Ese libro cuenta la guerra civil que vivió la propia Elena Fortún. Cuenta el frío, el hambre, la pérdida. Se acaban los veranos madrileños de algodones. Se acabó la dulce cursilería que me arrullaba al sentarme en la cama a la vuelta del cole.

Mi propio nivel de cursilería se ha ido puliendo gracias a los años, las hostias, las carcajadas y temporadas enteras de Los Soprano, pero lo de leer en cuanto tengo un minuto libre me define igual que mi amor por los zapatos 'merceditas', mi falta de coordinación o lo indomable que es el mechón de la derecha.

Rory Gilmore lleva libros en el bolso incluso cuando va a una fiesta, "por si acaso". Rory es un personaje de ficción, pero su guión es bueno: yo me recuerdo leyendo sentada en la calle mientras esperaba a mis amigos para salir de noche. Un buen libro te ayuda a encarar un mal día o un viaje envenenado, igual que uno malo te puede torcer el humor hasta darle la vuelta. Siempre eché en cara a mi padre que se enfadara hasta la ofensa cuando a uno no le gustaba una peli tanto como a él. Lo cierto es que a mí me pasa lo mismo con las novelas. Cómo que no te gustó ese que te presté de McInerney. Me cuesta creer que no te enamoraras de los protagonistas de Los Aires Difíciles o que tus clásicos favoritos no incluyan a Dostoievski.

Para alguien como yo, saber que mi hijo también será un lector regular y entregado es una cuestión importante y delicada. Ojo con abrumar al niño con libros o los abandonará quizá para siempre. Intento exponerle a la lectura suavemente, leer con él, elegir con atención suprema los libros que le rodean. El caso es que lleva un mes y medio sin parar y yo sonrío, le animo, mientras cruzo los dedos y me muerdo el labio de abajo en cuanto se da la vuelta, para que esto siga, que no pare, que los libros le acompañen siempre, que encuentre el mismo consuelo que yo. Para que se emocione al saber que reeditan un libro de hace 30 años que le da un zarpazo a todas nuestras infancias. Para que busque el tesoro y no lo encuentre nunca, porque la aventura es simplemente asomarse al mapa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Otro tema

El elástico de Penélope

En los extraños años de la adolescencia estaba fascinada con Penélope Cruz. Me parecía la más guapa, la más pizpireta, la más echá palant...