jueves, 2 de octubre de 2014

Suspensión entre aeropuertos


Todos los aeropuertos son iguales. Me da igual si tienen wifi y tiendas de bolsos recaros o si son terminales involuntariamente minimalistas. Volar significa suspenderte entre dos puntos y el viaje, sobre todo si lo haces sola, es también un traslado mental a la nube. Ese viaje empieza en el aeropuerto. Pantallas, megafonía, viajeros con caras lavadas, adolescentes con auriculares, ejecutivos con auriculares, bandadas de azafatas con moños esculpidos que llevan sus maletas ronroneando por los pasillos. Las cuatro estaciones se diluyen en las salas de embarque donde conviven calcetines gordos con chanclas con almohadas cervicales de terciopelo. Las imágenes se repiten, casi idénticas, desde Barajas a Fiumicino, de Orly a San Petersburgo. Y tú, agarrada a tu tarjeta de embarque, preparada para flotar. 

Volando sola piensas mucho. Tengo una amiga que aprovecha las nubes para trabajar en conceptos. Su euforia creativa es capaz de hacerle rellenar de esquemas las servilletas de Air France y aterrizar con un plan milimétrico que dé la vuelta a su carrera. O el que no puede subirse al avión sin tener a mano sus cascos de tropecientos euros con sonido megamolón pero sobre todo con cancelación de ruido. “Es otra historia”, te explica mientras te clava una mirada mundana. Y tú piensas que da lo mismo, que va a quedarse igual dentro de la nube, temporalmente pero con la incertidumbre de quien se sabe a miles de pies de sus raíces, con el ruido cancelado para escuchar mejor su cabeza. 

Yo casi siempre me pido ventanilla. Entiendo que es más práctico el pasillo pero es que me encanta pegar la nariz y ver el desfile de mares y campitos y sobre todo nubes. Cuando vienen las turbulencias, toca respirar un poco más profundo y sumergirte aún más en tu cabeza. Da igual que viajes cada semana o una vez al año: la vida se detiene un momento cada vez que surcas un aeropuerto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Otro tema

El elástico de Penélope

En los extraños años de la adolescencia estaba fascinada con Penélope Cruz. Me parecía la más guapa, la más pizpireta, la más echá palant...