jueves, 23 de octubre de 2014

Shuffle

Antes se llamaba random pero adoptamos esa palabra como equivalente de surrealista y la reproducción aleatoria pasó a ser shuffle. Es mi estado favorito de la música, y mira que os entiendo a los que me explicáis que la mínima unidad imprescindible musical es el álbum y que hay que escucharlo en el orden que se compuso para respetar al artista. Y lo hago. La primera vez. Luego ya es todo shuffle. Qué queréis, al menos aún escucho álbumes enteros. 

Decía mi amigo Luis que el mejor sitio para escuchar música es el coche, de viaje. Yo añado el transporte público o tus pies. Te pones los auriculares y tu día se convierte en una peli con banda sonora. O en un anuncio de galletas. Depende de lo que escuches, claro. Y de si hace sol o no. 

Sabes esa sensación de que todas las canciones te apuntan con el dedo. Da yuyu a veces. Igual que ves embarazadas por todas partes cuando no te viene la regla y todo el mundo debate recetas si estás a dieta, supongo. Yo es que nunca estoy a dieta. Soy incapaz. Antes aprendo a escalar que controlar lo que como. Tengo el teléfono en modo shuffle cuando Xoel López empieza a acusar: "quién no tiene valor para marcharse". Turnedó va bien con la canción anterior, de Love of Lesbian, 1999. "El año que el noventaynueve llegó hasta abril". Y me digo que sí, que en ese momento, con ese viento, a este ritmo, entiendo perfectamente sus "putas ganas de seguir el show".

Me monto en el metro, línea 4 porque voy a Malasaña. Qué manía tienen algunos tíos de ocupar la totalidad del espacio. Comparte tres paradas con este tipo de sujeto masculino y sabrás a lo que me refiero. Las piernas abiertas que ni un ecarté, los codos desbordando el reposabrazos. Una cruz. Y él también está tirando de banda sonora particular. No sabes qué es pero imaginas que le ha salido el mensajito en el reproductor sobre los límites recomendados de volumen .

Salgo una parada antes porque no quepo ya en mi asiento, porque tengo tiempo y porque me gusta caminar por ese barrio. Paso por la puerta de la cafetería Santander y Sabina me cuenta la historia de aquél pobre que "puso a su nombre todas las olas del mar". Y canturreo. "Mucho mucho ruido tanto tanto ruido". Y me acuerdo de que he conseguido entradas para la segunda fecha de diciembre. Y miro hacia arriba, a los lagartos del edificio de Mejía Lequerica. Termina mi cuento madrileño el cuento barcelonés de la Negra Flor. Otro día te cuento el cuento de alguna playlist en inglés. Y contemporánea.

jueves, 2 de octubre de 2014

Suspensión entre aeropuertos


Todos los aeropuertos son iguales. Me da igual si tienen wifi y tiendas de bolsos recaros o si son terminales involuntariamente minimalistas. Volar significa suspenderte entre dos puntos y el viaje, sobre todo si lo haces sola, es también un traslado mental a la nube. Ese viaje empieza en el aeropuerto. Pantallas, megafonía, viajeros con caras lavadas, adolescentes con auriculares, ejecutivos con auriculares, bandadas de azafatas con moños esculpidos que llevan sus maletas ronroneando por los pasillos. Las cuatro estaciones se diluyen en las salas de embarque donde conviven calcetines gordos con chanclas con almohadas cervicales de terciopelo. Las imágenes se repiten, casi idénticas, desde Barajas a Fiumicino, de Orly a San Petersburgo. Y tú, agarrada a tu tarjeta de embarque, preparada para flotar. 

Volando sola piensas mucho. Tengo una amiga que aprovecha las nubes para trabajar en conceptos. Su euforia creativa es capaz de hacerle rellenar de esquemas las servilletas de Air France y aterrizar con un plan milimétrico que dé la vuelta a su carrera. O el que no puede subirse al avión sin tener a mano sus cascos de tropecientos euros con sonido megamolón pero sobre todo con cancelación de ruido. “Es otra historia”, te explica mientras te clava una mirada mundana. Y tú piensas que da lo mismo, que va a quedarse igual dentro de la nube, temporalmente pero con la incertidumbre de quien se sabe a miles de pies de sus raíces, con el ruido cancelado para escuchar mejor su cabeza. 

Yo casi siempre me pido ventanilla. Entiendo que es más práctico el pasillo pero es que me encanta pegar la nariz y ver el desfile de mares y campitos y sobre todo nubes. Cuando vienen las turbulencias, toca respirar un poco más profundo y sumergirte aún más en tu cabeza. Da igual que viajes cada semana o una vez al año: la vida se detiene un momento cada vez que surcas un aeropuerto. 

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