miércoles, 9 de noviembre de 2016

Escrito en el muro

En enero de 2002 empecé un blog. En inglés y bajo el seudónimo Uma B. Me pareció una transición natural para alguien que siempre ha escrito diarios y me da la misma vergüenza releer las entradas. Ayer conseguí recuperar ese blog ya maltrecho con enlaces rotos. Está aquí. Sólo rescato y traduzco una historia, de mis favoritas.

Escrito en el muro
Yo iba al instituto andando. Eso era cuando vivía en un zona residencial a 20 kilómetros a las afueras de Madrid. Tenía que caminar por el lateral de una autopista durante unos cuatro minutos y luego tomar una carretera pequeña y tranquila que tenía pisos a un lado y un muro largo en el otro.

Cada mañana, de camino a la primera clase, me entretenía leyendo las frases escritas en el muro. Siempre estaban frescas de la noche anterior.

Alguien le escribía esas frases a una chica. A veces era una simple declaración, otras un verso de una canción. Quien escribía lo hacía con tiza y dejaba los restos en el suelo, en un extremo del muro, rodeados de un círculo, con una nota que decía "úsalas". En cuanto a las canciones, generalmente escogía U2. Las letras de 'One' eran claras favoritas. Me sorprendía a mí misma con ganas de leer las frases cada mañana.

Meses después me enteré de quién era el chico que escribía. Resultó que le había conocido tiempo atrás. Era un tipo tímido y bastante adorable. Le escribía a su novia. Nunca le dije que sabía que era él. Siguió escribiendo a lo largo del año siguiente: "Love is a temple, love the higher law"; "We are one but we are not the same".

En primavera construyeron una nueva biblioteca en el pueblo. Estaba justo al lado del insituto y era un intento serio de darle algo de arquitectura moderna a nuestro suburbio. Era un edificio de dos pisos hecho de acero brillante y cristal. El día después de la inauguración, el muro de la biblioteca que daba al instituto amaneció con una pintada enorme.

Alguien había usado un spray de pintura de color azul eléctrico para escribir "Me quedé sin tiza" sobre la pared.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Lo que dice Celia

Celia Lo Que Dice (portada)
Mi hermana todavía aprieta un poco los puños cuando me recuerda con siete años, explicándole a cualquier incauto que me escuchara que "tenía la edad de la razón". A los siete años yo circulaba por casa con la nariz metida en un libro, probablemente de la serie Celia de Elena Fortún y parafraseaba en cuanto podía a esa niña de tirabuzones rubios tan improbablemente española. 

Crecí con Celia. Crecí con una niña que vivió en los años 30 entre monjas y al calor de la alta burguesía madrileña. Los libros de Celia me metían en un universo lleno de referencias que sólo mi abuela española podría conocer de primera mano. Fui con Celia al parque, conocí a su hermano Cuchifritín, me fascinó la vida social de su madre y juntas fuimos al bachillerato. Para cuando se casó yo ya estaba a otra cosa.

Pero entre su infancia de faldas almidonadas y su exilio juvenil en Argentina, a Celia le pasan muchas cosas, y a España también. No fue hasta 1987, 35 años después de la muerte de su autora, que se publicó el volumen de los años perdidos de Celia. Ese libro cuenta la guerra civil que vivió la propia Elena Fortún. Cuenta el frío, el hambre, la pérdida. Se acaban los veranos madrileños de algodones. Se acabó la dulce cursilería que me arrullaba al sentarme en la cama a la vuelta del cole.

Mi propio nivel de cursilería se ha ido puliendo gracias a los años, las hostias, las carcajadas y temporadas enteras de Los Soprano, pero lo de leer en cuanto tengo un minuto libre me define igual que mi amor por los zapatos 'merceditas', mi falta de coordinación o lo indomable que es el mechón de la derecha.

Rory Gilmore lleva libros en el bolso incluso cuando va a una fiesta, "por si acaso". Rory es un personaje de ficción, pero su guión es bueno: yo me recuerdo leyendo sentada en la calle mientras esperaba a mis amigos para salir de noche. Un buen libro te ayuda a encarar un mal día o un viaje envenenado, igual que uno malo te puede torcer el humor hasta darle la vuelta. Siempre eché en cara a mi padre que se enfadara hasta la ofensa cuando a uno no le gustaba una peli tanto como a él. Lo cierto es que a mí me pasa lo mismo con las novelas. Cómo que no te gustó ese que te presté de McInerney. Me cuesta creer que no te enamoraras de los protagonistas de Los Aires Difíciles o que tus clásicos favoritos no incluyan a Dostoievski.

Para alguien como yo, saber que mi hijo también será un lector regular y entregado es una cuestión importante y delicada. Ojo con abrumar al niño con libros o los abandonará quizá para siempre. Intento exponerle a la lectura suavemente, leer con él, elegir con atención suprema los libros que le rodean. El caso es que lleva un mes y medio sin parar y yo sonrío, le animo, mientras cruzo los dedos y me muerdo el labio de abajo en cuanto se da la vuelta, para que esto siga, que no pare, que los libros le acompañen siempre, que encuentre el mismo consuelo que yo. Para que se emocione al saber que reeditan un libro de hace 30 años que le da un zarpazo a todas nuestras infancias. Para que busque el tesoro y no lo encuentre nunca, porque la aventura es simplemente asomarse al mapa.

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