sábado, 18 de julio de 2015

Tiempos muertos

Me fijo en esas tres mujeres que atraviesan el Parque de Berlín por la mañana, pasadas las nueve. Están poco a poco saliendo de la edad laboral y entrando en otro lugar en el que aún no parecen cómodas. Miro cómo caminan con tiempo e instintivamente miro el reloj. Imagino que las tres han quedado en el portal de una de ellas para su paseo diario porque ya no las espera nadie en ninguna oficina y son muy libres de hacer la compra a media mañana, si es que toca. Asumo que ya colgaron los horarios de 9 a 5 y no fichan su llegada a ninguna parte, pero abandonarse dentro del tiempo ahoga y necesitan aferrarse un momento a la cotidianidad de la tostada y el café, del paseo por la mañana por el Parque de Berlín. 

Me gusta ver a estas tres mujeres de la mañana e imaginar qué hacen con el tiempo que les adivino sorprendentemente grande, como cuando despliegas una bolsa azul de Ikea. Para ellas “saltar a la piscina” significa que el trabajo deja de marcar el ritmo de tus días. Toca nadar y mejorar la brazada, que el aire entre y salga con elegancia, sin cansarse mucho. Toca lidiar con el lujo a veces envenenado de ese tiempo nuevo y vigilarlo para que no se llene de tiempos muertos.   


A otros la vida les lleva a la misma piscina de tiempo de golpe y según reciben el finiquito, o la patada, se sumergen en los días lentos y las noches largas como pueden. Que te sobre el tiempo es raro. Es una anomalía en el sistema. La mayoría nos instalamos en la suspensión de horarios tres veces al año por prescripción laboral e incluso así vamos acelerados en las primeras horas, aturdidos y faltos de nuevas rutinas que expliquen que ahora tenemos tiempo para todo. Como ellas en el Parque de Berlín, donde el tiempo sólo pasa para los árboles.

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