Voy tan rápido que no me doy tiempo a casi nada. Y tú igual, seguro. Vamos desbocados hasta en domingo, cuando te echas la siesta atropelladamente, engullendo los minutos casi con furor. Bebes rápido, comes deprisa, besas de pasada. Y con estas prisas tampoco te da la vida para cerrar las heridas, que de golpe arrancan de nuevo a sangrar mientra tú ibas a un sitio y volvías de otro.
Hoy era el cumpleaños de mi padre. Mira qué sintaxis más absurda. El reloj me escupió la fecha anoche pero mi cabeza apresurada pasó el dato a un bolsillo y me centré con razón en los asuntos apremiantes del día, como decidir si da tiempo a hacer albóndigas para comer o mejor pasamos a pasta. Total que por la tarde en la cocina los niños recopilaban pokémons en la DS mientras Greg hacía pastel de manzana y yo me corté. Pensé en todas las tartas de cumpleaños que nunca compartí con mi padre y me corté. Un poco, por dentro, no daba para tirita, pero no veas cómo sangraba.
En la butaca de relajarse y mirar por la ventana cerré los ojos y me corté con una canción. Bebe, que es una artista muy grande, también es muy valiente. Lo suficiente para escribir canciones sobre los hombres que pegan a las mujeres, canciones sobre mujeres que se masturban en el salón y canciones sobre lo importante que es cerrar las heridas. Yo que estaba sangrando callada escuchaba a Bebe cantar Ganamos y me sentí idiota porque yo no he tenido ese tiempo de suturar la brecha que llevo dentro hecha de desplantes, muertes, separaciones.
Todas las pérdidas de cuatro décadas de resbalones y alguna pedrada se concentran en la cicatriz mal terminada del cuerpo y pienso que no, que hay que limpiar y dejar de lamer. Que ya está bien de no ver lo que ganamos con cada desplante, y cada muerte, y cada separación. Pero para eso hace falta tiempo. Y de eso no tengo ni en domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario